
Los nuevos piratas no buscan oro, sino la posibilidad de un futuro distinto.
Tras la derrota, el peronismo vuelve a mirarse en su espejo más incómodo: el triunfalismo. Entre la soberbia de algunos dirigentes y la advertencia de Rodolfo Walsh, el movimiento enfrenta el desafío de reencontrarse con su pueblo.
Política27/10/2025Por Danilo Zurita
La derrota sufrida en las últimas elecciones no fue un accidente ni culpa del calendario. Fue la consecuencia de una dirigencia que confundió historia con privilegio y representación con propiedad. Cristina tenía razón: dividir la elección legislativa era debilitar. Hoy, el peronismo enfrenta su viejo fantasma —el triunfalismo— y a una nueva camada de dirigentes que, bajo el disfraz de renovación, repiten el vandorismo que Perón condenó.
“Seguimos triunfales. Decidimos el fracaso total de los planes del enemigo y seguimos subestimándolo. Esto es muy grave y pensamos que, en el fondo, obedece a la incomprensión sobre nuestra propia historia.”
— Rodolfo Walsh, Documento a la Conducción Nacional de Montoneros, 1976.
Esa frase de Walsh, escrita hace casi medio siglo, suena como una radiografía del presente. Porque lo que fue una advertencia en medio de una lucha política y militar hoy vuelve a ser espejo de la derrota en los comicios a nivel nacional.
El peronismo, o buena parte de su dirigencia, reincidió en el pecado de creerse invencible por historia, no por convicción ni coherencia. Nos acostumbramos a pensar que “todo lo que hagamos estará bien”, como decía Walsh; que el pueblo nos debía su apoyo por gratitud, por memoria o por comparación con la derecha. Pero la historia no se hereda: se sostiene día a día, en la calle y con la gente.
Cristina Fernández de Kirchner advirtió que desdoblar las elecciones sería un error, no solo táctico, sino histórico. Porque dividir la campaña electoral era romper la identidad de proyecto que alguna vez nos hizo mayoría. Lo dijo sin soberbia, desde la experiencia política y la lectura histórica: dividir el frente era conceder al adversario lo que no podía lograr en votos —nuestra dispersión—.
Cristina entendía que lo que estaba en juego no era la elección provincial, sino el rumbo del peronismo como proyecto nacional. Mientras algunos gobernadores imaginaban salvarse solos, Cristina pensaba en el conjunto. Su lectura fue política, no electoral: entendía que, sin cohesión, no hay conducción, y que una victoria provincial sobre los escombros de una derrota nacional no es triunfo, es espejismo.
Como demostró el resultado en las urnas, no era una cuestión de fechas, sino de sentido. Cristina sabía que no hay salvación personal posible cuando se pierde al pueblo.
Después de la derrota surgieron las voces de siempre. Aquellos que, como Pedro Eugenio Aramburu en su tiempo, prefieren un “peronismo sin Perón”, hoy lo reformulan como un “peronismo sin Cristina”. Se presentan como modernizadores, pero repiten la fórmula del vandorismo: debilitar al liderazgo popular en nombre del pragmatismo, borrar la mística en nombre de la gobernabilidad. Se proclaman federales, pero su verdadero federalismo es con los poderes económicos. Se dicen democráticos, pero su democracia termina donde empieza la conducción política.
No es nuevo. Es un ciclo que se repite cada vez que el movimiento pierde el contacto con su razón de ser. La historia enseña que el vandorismo no construye poder popular, solo administra derrotas. Y ahora, con otro tono y redes sociales de por medio, algunos reproducen la misma lógica: culpar a La Cámpora, demonizar la militancia juvenil, esconder su falta de coraje detrás de la palabra “renovación”.
“Al no reflexionar sobre las causas de nuestro crecimiento espectacular... llegamos a pensar que no obedece a que actuamos correctamente, sino a que nosotros somos geniales.”
— Rodolfo Walsh, 1976.
La cita encaja con precisión quirúrgica. Muchos dirigentes se convencieron de que su rol institucional los hacía inmunes al error, que con buena gestión alcanzaba, que el pueblo acompañaría por inercia. Pero el pueblo no vota por gratitud: vota por esperanza.
Kicillof, símbolo de la renovación, hoy carga con el peso de haber quedado rodeado por una dirigencia que confunde crítica con traición. En vez de revisar el vínculo con los trabajadores, se revisan encuestas; en lugar de escuchar el reclamo del territorio, se repiten los viejos tics del poder. Los intendentes se refugiaron en sus feudos, los ministros en sus diagnósticos, los legisladores en sus silencios. Y si algo daña al peronismo, no es la derecha, sino la soberbia.
La recuperación no se logrará con focus groups ni con rediseños de logos. El peronismo debe volver a su raíz: la comunidad organizada, la solidaridad concreta, el sentimiento de pueblo. Cristina lo entendió: el futuro no se inventa desde arriba, se construye desde abajo. Pero para eso hace falta humildad y unidad.
El enemigo real no está en La Cámpora, ni en la militancia que sigue creyendo. El enemigo está en la despolitización, en el cálculo sin épica, en la comodidad de los cargos. Porque mientras algunos se disputan los sellos, la gente se va a dormir con hambre y se levanta con desesperanza.
No fue solo una derrota electoral: fue un recordatorio. Si aprendemos, podrá ser el inicio de un peronismo que recupera su humildad y su vocación de servicio.
“Seguimos triunfales… creemos que somos geniales… y si somos geniales, es accesorio que acertemos o nos equivoquemos.”
— Fragmento del Documento de Rodolfo Walsh a sus compañeros en la Conducción Nacional de Montoneros
Perón espera en el futuro porque sabe que la historia del peronismo no está en los cargos ni en los triunfos momentáneos, sino en nuestra capacidad de transformar la vida del pueblo. Espera que dejemos atrás la soberbia, que recuperemos la esperanza colectiva y que construyamos un movimiento capaz de sostener la justicia social y la unidad política que siempre fueron su razón de ser.
El desafío no es ganar otra elección: es volver a merecer la confianza del pueblo.

Los nuevos piratas no buscan oro, sino la posibilidad de un futuro distinto.

Tras la derrota, el peronismo vuelve a mirarse en su espejo más incómodo: el triunfalismo. Entre la soberbia de algunos dirigentes y la advertencia de Rodolfo Walsh, el movimiento enfrenta el desafío de reencontrarse con su pueblo.
