
Los gobernadores y el mercado no perdonan.
La verdadera política es la política internacional.
Política22/09/2025Por Danilo Zurita
Las fichas en el tablero del mundo se están moviendo y nuevas alianzas emergen, mientras Argentina toma decisiones propias de un Estado que parece atrapado en el siglo XX y se informa de las noticias por ATC, con un televisor de tubo.
El genocidio en Gaza generó que el mundo islámico, encabezado por Arabia Saudita, Irán, Pakistán y Turquía, comenzara a jugar un papel más preponderante en la política internacional, buscando mayor presencia y capacidad de disuasión frente al Estado de Israel en Oriente Próximo y Oriente Medio. Esto se refleja en el último acuerdo histórico de carácter militar entre Arabia Saudita y Pakistán, donde pactaron que la agresión de otro Estado sobre alguno de ellos implica una agresión al otro, activándose así una colaboración militar estrecha para enfrentar dicha amenaza. Cabe destacar que los saudíes son una potencia energética mundial, mientras que los pakistaníes son potencia nuclear armamentística.
En África, más precisamente en la región del Sahel, desde hace algunos años se desarrolla un proceso de emancipación revolucionaria y descolonización contra Francia. A partir de una serie de golpes de Estado de carácter panafricanista, se retoman los ideales de líderes que marcaron un antes y un después en el continente, como Thomas Sankara y Patrice Lumumba. Estos procesos ponen en jaque tanto la política exterior opresora de Francia en el continente como a los grupos islamistas radicales que habían tomado el control de pueblos y ciudades de la región, principalmente en Burkina Faso, Malí y Níger.
China extiende sus lazos comerciales y políticos en el mundo, afianza el bloque de los BRICS+ y muestra su poderío económico con acuerdos comerciales y de infraestructura en África, Asia, Europa y Latinoamérica, diferenciándose de la política intervencionista y militarista con la que Estados Unidos construyó su hegemonía a escala global. Actualmente, Washington se encuentra en un proceso de reshoring (repatriación de la producción y operaciones desde el extranjero hacia territorio estadounidense) y libra una guerra arancelaria que pone en vilo al sistema financiero. Estas medidas buscan proteger la industria nacional, reducir el déficit comercial y, al mismo tiempo, funcionar como arma de presión con otros países bajo la administración Trump.
La guerra entre Rusia, Ucrania y sus aliados de la OTAN no cesa, y el conflicto en Europa se recrudece. Todo parece indicar que Moscú sería el ganador frente a Kiev y el resto de la OTAN, aunque no se vislumbra una salida en el corto plazo. El Kremlin mantiene su estado bélico de forma activa, profundiza sus relaciones diplomáticas con China, Corea del Norte e India y no se inmuta a pesar de las sanciones económicas impuestas por Occidente. De hecho, el Banco Mundial informó que la economía rusa creció un 4,3 % en 2024 y pronostica para 2025 un crecimiento del 1,4 %. Ha sido clave la figura de la presidenta del Banco Central de la Federación Rusa, Elvira Nabiúllina, para afrontar los problemas de un país que es hoy el más sancionado de la historia.
En el Brasil de Lula, la situación política se ve convulsionada tras el fallo de la Corte Suprema de Justicia y la reciente condena a 27 años y tres meses de prisión para Jair Bolsonaro por organizar un intento de golpe de Estado y de magnicidio contra el actual jefe de Estado. La conspiración contó con el apoyo de extremistas de otros países, partidarios bolsonaristas y militares de las Fuerzas Armadas. Si bien desde que asumió Lula los indicadores económicos han sido positivos, la situación social mejoró considerablemente y la política exterior del país vecino cumple un rol importante en Latinoamérica y en el mundo, Da Silva enfrenta un desafío crucial de cara al año próximo: sostener la continuidad del gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) en un contexto de fuerte polarización.
En la tierra del primer gobierno liberal-libertario que llega al poder en la historia de la humanidad, la situación argentina es crítica. Los salarios no alcanzan para cubrir las necesidades del mes; cierran empresas y comercios producto de la pérdida del poder adquisitivo, la caída del consumo y la apertura indiscriminada de importaciones; crece el desempleo; y al gobierno de Milei se le “queman los libros” de la escuela austríaca, viéndose obligado a intervenir en el mercado de divisas para contener la suba del dólar, que ya perforó el techo de las bandas cambiarias de las que tanto se jactaba, con soberbia, como medida exitosa en los medios de comunicación y en eventos públicos, el ministro de Economía, Luis Caputo.
A esto se suman la proscripción de Cristina Fernández de Kirchner —conductora del peronismo y presidenta del Partido Justicialista, principal partido opositor—, los fracasos electorales en comicios provinciales (como en Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes, Salta y Formosa) y las derrotas parlamentarias en las discusiones por el financiamiento de la salud pública, la educación, las personas con discapacidad y los aportes del Tesoro Nacional para las provincias. También pesan los numerosos escándalos de corrupción de todo tipo, en los que se ven involucrados el presidente, su hermana, su abogado, el vocero presidencial, miembros de la familia Menem, Mario Lugones, el ministro de Salud, el ministro de Defensa, Luis Petri, y otros funcionarios del gabinete libertario.
Este panorama nacional desastroso se refleja también en la política exterior ejecutada desde el Palacio San Martín. Allí, en la calle Esmeralda 1200 de la ciudad de Buenos Aires, se viene construyendo una diplomacia a contramano no solo de la historia argentina, sino también de lo que sucede en el mundo.
El actual canciller, Gerardo Werthein, responde a los delirios macartistas de Milei, al “miedo rojo” y a los intereses del FMI, el Reino Unido, Estados Unidos e Israel, poniendo en riesgo la soberanía nacional. Al mismo tiempo, rompe con la tradición histórica de neutralidad ante conflictos bélicos externos, como los de Gaza o la guerra Rusia-Ucrania, tirando por la borda lo construido en materia diplomática durante los últimos 80 años.
Desde la perspectiva del Sur Global, Argentina aparece hoy desalineada de las corrientes que impulsan la multipolaridad y la cooperación Sur-Sur. Mientras países como Brasil, India, Sudáfrica o Indonesia buscan ampliar sus márgenes de autonomía frente a los grandes centros de poder y fortalecer mecanismos como los BRICS, la política argentina se ata cada vez más a la subordinación financiera y militar de Occidente. Esto no solo limita las posibilidades de desarrollo soberano, sino que aísla al país de procesos de integración estratégica que marcan el pulso de las naciones emergentes.
La pérdida de peso en espacios como la CELAC, UNASUR o incluso el MERCOSUR ejemplifica cómo el actual gobierno renuncia a su papel histórico de articulador regional. Argentina, que supo ser motor de iniciativas de integración latinoamericana y voz relevante en foros internacionales contra la desigualdad global, queda relegada a un lugar periférico, subordinado a las agendas de Washington y del Fondo Monetario Internacional. Esta elección no solo afecta a la economía, sino que también erosiona la capacidad de incidir en debates centrales del siglo XXI: transición energética, soberanía alimentaria, regulación de nuevas tecnologías y defensa de recursos estratégicos.
En este sentido, la crisis argentina no puede leerse solo en clave doméstica, sino también como parte de la disputa global entre un orden unipolar en decadencia y la emergencia de un mundo más diverso en actores y proyectos políticos. Mientras gran parte del Sur Global se organiza para reclamar una nueva arquitectura financiera internacional, el gobierno de Milei convierte al país en un experimento neoliberal radicalizado, funcional a los intereses de las potencias del Norte y ajeno a las necesidades históricas de los pueblos de América Latina.