
La verdadera política es la política internacional.
La guerra comercial de Trump, el ascenso de China y la caída del orden liberal marcan el fin de la globalización tal como la conocimos. El mundo que imaginó Perón empieza a tomar forma.
Internacional08/04/2025
Danilo ZuritaChina, Estados Unidos y Rusia han dado inicio a una nueva era mundial. El planeta entra en el postcapitalismo globalista: un tiempo de disputas, desdolarización y multipolaridad.
Desde hace apenas una semana, el mundo experimenta un temblor económico cuyas réplicas atraviesan continentes, mercados y monedas, tras la decisión de Donald Trump de iniciar una guerra comercial contra casi todos los países del planeta, con aranceles que oscilan entre el 10 % y el 104 %. Las bolsas se desplomaron, las monedas se devaluaron y los fantasmas de la recesión y la inflación volvieron a recorrer el globo. Estados Unidos, el epicentro de la economía global durante más de siete décadas, no escapó a este fenómeno, mostrando que incluso las potencias consolidadas pueden verse arrastradas por dinámicas de cambio estructural que desafían su hegemonía.
¿Qué motiva a Trump a desatar semejante ofensiva económica?
La ofensiva económica de Trump no surge de la nada. Estados Unidos lleva años arrastrando desequilibrios estructurales profundos: un déficit fiscal crónico derivado de un gasto público excesivo, una deuda pública récord que supera los 33 billones de dólares (más del 120 % de su PBI) y un déficit comercial superior al billón anual. Esta combinación ha erosionado la capacidad de Washington para proyectar poder económico y político de manera sostenible, generando una sensación de declive relativo frente al avance de China. Con su regreso a la Casa Blanca, Trump busca, de manera clara y deliberada, recuperar la hegemonía perdida, implementando políticas que priorizan la producción y el empleo nacionales, y desafiando los lineamientos del orden económico global establecido durante décadas.
En paralelo, China ha llevado a cabo un proyecto de crecimiento sostenido durante más de tres décadas bajo el marco del socialismo con características chinas. Los cimientos fueron establecidos por Deng Xiaoping en los años setenta y profundizados desde 2013 por Xi Jinping, transformando al país en un actor central del nuevo orden mundial. La herramienta estratégica más relevante de este proceso ha sido la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR), un megaproyecto global de cooperación económica e infraestructura que retoma el espíritu de la antigua Ruta de la Seda, conectando Asia, África y Europa mediante inversiones y diplomacia. Esta red de influencia ha permitido a China desplazar gradualmente a Estados Unidos como socio comercial prioritario para numerosos países y consolidar un mundo multipolar, representado hoy por la creciente relevancia de los BRICS, donde el poder global ya no se concentra exclusivamente en Occidente.
Desde su primer mandato en 2017, Trump se propuso cuestionar los fundamentos del Consenso de Washington, que durante más de tres décadas constituyó la base de la globalización neoliberal. Su objetivo era claro: priorizar la producción y el empleo estadounidenses, aplicar medidas proteccionistas y abandonar las recetas clásicas del libre mercado. En ese sentido, el magnate retomó la tradición industrialista de los republicanos del siglo XIX, implementando políticas que, paradójicamente, en Argentina serían calificadas por algunos liberales como un “intervencionismo al estilo Guillermo Moreno”. Tras su derrota electoral de 2020, Trump regresó al poder con un discurso más nacionalista y un programa económico que consolidó de manera definitiva la ruptura con el orden global liberal, marcando el inicio de una etapa en la que la disputa por la hegemonía económica y política ya no está determinada únicamente por Occidente.
Las medidas adoptadas recientemente simbolizan la sepultura de la globalización tal como la conocimos, de un Occidente en decadencia y del capitalismo liberal nacido en los acuerdos de Bretton Woods (1944), que establecieron la hegemonía del dólar como moneda de referencia mundial. Este cambio de época no se produjo de manera súbita, sino que responde a un proceso sostenido en el tiempo: China lo impulsó mediante la estrategia de la Franja y la Ruta, Rusia lo acompañó con su desdolarización y su ofensiva sobre Ucrania, y Estados Unidos lo aceleró con el reshoring, es decir, el retorno de sus empresas al territorio nacional. Después de más de ochenta años, el ciclo del capitalismo liberal iniciado tras la Segunda Guerra Mundial llega a su fin, abriendo la puerta a un orden económico y político distinto, aún por definirse.
En Argentina, mientras tanto, el gobierno liberal-libertario parece interpretar la política internacional —y sus problemas internos— desde la clarividencia de la hermana del Presidente y los sermones de un perro muerto, incapaz de leer los signos de cambio global. Sin embargo, en este contexto de transformación y caos, emerge una certeza para el movimiento nacional: el mundo que soñó Juan Domingo Perón ha llegado. Un mundo en el que el centro del poder se desplaza, donde las naciones buscan soberanía y donde la economía recupera su papel como instrumento de la política, y no como su verdugo.
La historia avanza hacia un nuevo orden internacional, todavía incierto, en el que los Estados vuelven a disputar poder, los pueblos reclaman soberanía y los mercados dejan de ser la explicación única de la realidad. En este escenario de transición —entre la muerte del capitalismo liberal y el nacimiento de algo aún sin nombre— la doctrina peronista se presenta nuevamente como una brújula moral y política, ofreciendo una Tercera Posición entre el sometimiento y el aislamiento, capaz de orientar la acción del Estado en defensa de la soberanía y el interés nacional.

Tras la derrota, el peronismo vuelve a mirarse en su espejo más incómodo: el triunfalismo. Entre la soberbia de algunos dirigentes y la advertencia de Rodolfo Walsh, el movimiento enfrenta el desafío de reencontrarse con su pueblo.

Mientras los poderes fácticos buscan mantener la inercia, solo la doctrina, la coherencia histórica y la convicción moral pueden abrir camino para que el peronismo recupere su fuerza transformadora.

Un modelo que convirtió la dirigencia en una casta servil y el torneo local en una caricatura de competencia.