Puesto de alta demanda y pocas luces.
Por Rafael Caracciolo
Si algo podemos destacar en los más de 200 años de historia Nacional, es la violencia con la que nos manejamos. Si bien esta es parte inherente de la historia de la humanidad, en Argentina parece manifestarse de una forma particular, tan única como todo lo que hacemos en estas tierras. A saber, tenemos nuestra propia manera de expresar esa violencia: no nos identificamos con el racismo extremo de los Estados Unidos, ni con las guerras de alcance mundial al estilo europeo. De hecho, rechazamos ambas metodologías, pero reservamos una cuota exclusiva para nosotros mismos, con algunas guerras esporádicas hacia países vecinos o potencias, pero mayormente con los conflictos internos.
La violencia como expresión nacional: "Martín Fierro" y el espíritu argentino
"Martín Fierro" es conocido como el poema épico nacional y muestra la historia del gaucho, un personaje que encapsula el espíritu nacional en su estado más puro. No hablo de pureza como algo negativo; todo lo contrario, el gaucho simboliza un espíritu noble-argentino. Muchos consideran a "Martín Fierro" como el poema fundacional de Argentina, ya que fue escrito en un período en que el país debatía su rumbo y, al mismo tiempo, sentaba las bases para lo que fue la Argentina Moderna.
La historia del gaucho, en su momento, desafió los principios de la "modernización" y, al mismo tiempo, celebró una cultura y tradición profundamente argentinas. Su impacto fue tan grande que autores como Borges, entienden que Argentina es lo que es, en gran medida, debido a "Martín Fierro".
Puntualizando sobre la obra, esta refleja la violencia en la Patria de aquellos años: violencia institucional (el Estado que ataca al gaucho), la Justicia que, si bien es parte del Estado, actúa como un instrumento destinado a contradecir su propio título; el gaucho que es violento e irracional, al punto que naturaliza la violencia quitando vidas por conflictos que bien podrían tener otras soluciones; el coraje, honor y la destreza que exaltan los gauchos son siempre reproducidos en términos violentos, como si la única manera de expresar esas nobles características fuera a través del conflicto. Todo ello está presente y constantemente se nos recuerda a través de diferentes escenarios y reflexiones. En lo personal, entiendo que Hernández no glorifica esta violencia, sino que la retrata, sin perjuicio de tampoco parecer como un neutral. La historia tiene una clara inclinación y un fuerte mensaje político que no es tibio, pero que trasciende a los actores, hablando al argentino más allá del tiempo, expresando una realidad nacional: la violencia es una constante, y esta se manifiesta en dos posiciones claras: la civilización y la barbarie. Contra intuitivamente, cuando hablamos de una u otra no lo hacemos en el sentido literal de las palabras, pero a ello me referiré más adelante; bástame decir que el Martín Fierro refleja como la violencia de trasmite en esos dos actores de una manera nítida, pero ejecutando al mismo tiempo un mensaje político en contra de una realidad injusta.
Paralelamente con el Martín Fierro, hay muchas otras obras que tratan tópicos semejantes (Lugones; Sarmiento; etc.), pero uno que lo refleja de manera concisa y transparente es el "Poema Conjetural" de Jorge Luis Borges, que cito a continuación:
Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.
(…)
La noche lateral de los pantanos
me acecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
La primera vez que leí este poema, me pareció una visión elitista y despectiva contra la cultura argentina (es decir, bien gorila), pero al releerlo noté esa glorificación al "destino sudamericano", concepto que me interesó, y eso me llevó a investigar cómo la violencia, que no siempre se manifiesta de manera física, parece ser un elemento natural en nuestra identidad nacional.
En el poema, Borges retrata a Francisco Narciso de Laprida, este se consideraba un hombre culto y de letras, de "sentencias, de libros, de dictámenes a cielo abierto", pero que, al encontrarse con la violenta muerte que le persigue, frente a los gauchos (que llama "bárbaros"), le endiosa en el pecho un "inexplicable júbilo secreto”. Sus pensamientos finales chocan con su violento final, y realza una suerte de fuerza que yace en estas tierras, que, en Argentina, el conflicto no sólo es inevitable, sino incluso correcto en algún sentido. Como si ni siquiera quienes representaban los ideales de civilización pudieran escapar de ese destino violento que caracteriza nuestra historia, pero que no termina de constituir un final trágico.
La violencia de los civilizados
El poema de Borges distingue a dos actores: Laprida (la civilización) y los gauchos (la barbarie). Es la misma división que propone Sarmiento en la otra obra fundacional Argentina El Facundo Civilización y Barbarie, aunque con conclusiones diferentes. Ahora bien, sería fácil para muchos identificarse con uno y otro bando, alegando que la violencia bruta proviene de los bárbaros, mientras que el modelo de país civilizado deviene, precisamente, de los civilizados. Considero que esto es un engaño y un error, ya que, a lo largo de nuestra historia, quienes defendían la "civilización" –incluso los que veían a Europa o Estados Unidos como ejemplos– recurrieron a la violencia para imponer sus ideales. Ejemplos antiguos y modernos sobran, pero voy a remarcar los más obvios del siglo XX: La Revolución “Libertadora” y el golpe militar de 1976. Ambos procesos tuvieron un mismo fin que podemos resumir en “poner fin a la barbarie” o al caos, etc., dado que siempre el Peronismo fue visto como algo sucio, alejado del refinamiento de lo que “alguna vez supimos ser”. Estas intervenciones contra la democracia se definieron como una solución a un problema nacional (repito, al peronismo y otras yerbas) y ambas administraciones, en nombre del orden y el progreso, con, repito, fines tan "nobles" como la libertad y la reorganización Nacional (entiéndase la ironía), persiguieron, proscribieron, atacaron, mataron y desaparecieron a compatriotas. En el caso de la última dictadura militar, hubo 30.000 desaparecidos, incluyendo bebes de pecho, gente que fue tirada desde un avión en los llamados “vuelos de la muerte”, embarazadas torturadas, y muchas otras vejaciones propias de un reino del terror barbárico más que de un grupo que venía a salvar a la Argentina de los bárbaros. Lo curioso de todo esto (algo que muchos se niegan a ver) es que una gran parte de la población argentina apoyó ambos golpes, y otros incluso apoyaron cuando se supo las medidas criminales que se tomaron contra otros argentinos. Basta con ver las reacciones de ciertos sectores a Argentina 1985 para entender a lo que voy, aún en este presente.
Por si lo mencionado fuera insuficiente, basta con leer un poco sobre el último gobierno militar para advertir la increíble estupidez bruta con la que se gobernó este país a manos de los que se llamaban los salvadores de la Patria, estupidez que hoy en día seguimos pagando en términos económicos y sociales. Estos, según algunos, eran los civilizados que combatieron a la barbarie.
La conclusión debería ser obvia: la civilización es un título no real. O al menos no se manifiesta claramente en la práctica, dado que sería iluso suponer que la violencia está bien cuando los fines son nobles, porque los fines siempre son nobles (en cristiano, nadie hace algo malo sólo por el placer de hacer algo que sabe que es malo). Los civilizados, que en el ejemplo encarnan a la Junta Militar, definitivamente no lo eran en el sentido literal de la palabra, sino solo en el aspecto superficial-estético. Personalmente creo que el problema de nuestra sociedad (de ambos lados de la grieta) es no poder percibirlo.
Todos somos Laprida en algún momento
En mi opinión, el peor pecado de cualquier ciudadano de cualquier país puede cometer contra sí mismo y contra su Patria es no entender su propia tierra y desear que sea otra cosa, que, por lógica, no puede ser. Dicho esto, creo que, para comprender a la Argentina, es importante aceptar sus complejidades, en lugar de idealizar modelos que pertenecen a otras regiones. Un error común (propio de cierto gorilaje) es comparar a Argentina con los países nórdicos o con Europa en general, esperando que se adopten realidades ajenas con un simple cambio de gobierno. Peor aún es creer que la cultura es un problema y que se puede manipular a través de una suerte de "batalla cultural" (término estúpido si los hay). Pero esto no es exclusivo de ese lado de la grieta, de hecho, yo mismo caigo en esta trampa cuando imagino un país que deje de discutir nimiedades y construya un "imperio austral". Específicamente, cuando creo que estoy por encima de la discusión, cuando me siento demasiado inteligente frente a los otros, en realidad me encuentro como Laprida. Es terriblemente pesimista: el conflicto nos va a agarrar de uno u otro lado, pero no podemos eludirlo. El ejemplo más actual de esto que estoy diciendo lo encontramos con el propio gobierno de Milei. Cuando participantes de una marcha fueron violentamente contra uno de los youtubers pro-gobierno que estaba buscando provocar, tuve sentimientos encontrados: por un lado, me alegró que al fin alguien le dé una piña a ese estúpido, pero por otro lado lamenté que haya un clima tan groseramente conflictivo. Me debatí internamente si estaba bien o mal que le peguen a un tarado provocador que había tirado la primera piedra, pero no pude decantarme por ningún lado en concreto.
Ese conflicto interno es un poco lo que creo que nos pasa a todos en algún momento: sentimos la necesidad de, por un lado, condenar la violencia, pero por otro, la exaltamos y la festejamos. Esta realidad trasciende a la identidad argentina (es decir, es una cuestión de la humanidad misma), pero nos invoca fuertemente a nosotros cada vez que tenemos conflicto políticos-sociales.
La constante renovación de los roles en el conflicto argentino
Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio...
Imagino que aceptar esta parte de nuestra identidad no es una llamada a la resignación, sino una invitación a vivir plenamente el destino nacional. Aunque los conflictos internos parezcan inevitables, reconocer nuestra historia y nuestras contradicciones puede ser el primer paso hacia una Argentina más comprensiva de sí misma, más consciente de su propia realidad, que nos incluye a todos los que habitan y habitarán el Suelo Argentino.