
Las fuerzas del cielo en el juego de la casta.
A medida que avanzan los años, Argentina parece atrapada en un ciclo histórico interminable en el que no se permite traspasar los límites de dos posicionamientos que, en sus respectivas épocas, supieron ser hegemónicos a pesar de haber llegado de forma tardía y con aplicaciones cuanto menos distorsionadas. A día de hoy, en un mundo que avanza violentamente a pasos agigantados, el pensamiento estratégico nacional busca suplir su vacío entre dos paquetes de ideas tan vagas como obsoletas, y cuyos propagadores insisten en implantar más allá de cualquier costo.
Más allá de la obscenidad colosal que a día de hoy representa la clase política, el duelo por las ideas y la aplicación de las mismas está completamente negado a encarar un mundo abiertamente agresivo y cambiante, dejando a la vista que por más que se tenga en cuenta algún que otro tímido ejemplo del siglo pasado, Argentina sigue siendo un país más de la periferia global que entra entre las disputas de las tres potencias en pugna.
Tanto el nacionalismo progresista burdo como el liberalismo más rancio y reciclado se aferran a ideas fantasiosas de una supuesta "Argentina potencia" que jamás existió, queriendo construir un discurso que se vende como superador pero que a la vista de los sucesos que marcan el inicio del siglo XXI quedan completamente obsoletos, terminando por ser una tolerancia al sometimiento más que aspiraciones a un futuro prometedor. La cuestión estatismo contra liberalismo se convirtió en un cliché que parece imposible de extirpar a la hora de tratar de definir las bases sólidas de un pensamiento estratégico nacional.
Es imposible siquiera pensar en la idea de que el país pueda ser una potencia regional creíble si ninguna de las dos posturas que predominan en la política y en la academia prestan atención a cómo evolucionan la economía, la diplomacia y la guerra. Mientras se discuten dogmas del siglo pasado a través del terraplanismo económico y la negligencia política, los países mueven sus fichas para construir poder y afianzar su posición en el mundo que ha comenzado, mientras Argentina tiró por la ventana sus últimas oportunidades, quedando relegada una vez más en un lugar periférico del sector primario sin lugar en las decisiones globales e imposibilitado de negociar sus intereses vitales desde una posición de fuerza.
A lo largo de décadas, la destrucción de la calidad de vida y del aparato productivo nacional han creado el contexto ideal para que Argentina colapse en múltiples frentes quedando debilitada a nivel estratégico, tanto en lo conceptual como en lo práctico. En el contexto actual quedan invalidados los relatos de la política que se aferran a unos cuantos años de supuesto progreso y bienestar que, a fin de cuentas, terminó siendo insostenible en el tiempo.
El pensamiento nacional necesita con urgencia purgarse y revitalizarse para estar a la altura de los desafíos que deberá afrontar el país al término del ciclo liberal, pero la pregunta es ¿se estará a la altura o se continuará reciclando discursos de revoluciones pasadas?