Una reflexión sobre el poder en los cambios de época
Argentina atraviesa horas difíciles y complejas. La entrada en el juego de una fuerza que se vendió a sí misma como nueva mientras arrastra vestigios de fracasos anteriores ha desorientado el debate político, tanto entre los más ilustrados como en el ciudadano de a pie.
La influencia excesiva de los medios digitales en combinación con el malestar social y económico que se acrecienta desde 2015 han generado un caldo de cultivo volátil que, a día de hoy, hace imposible cualquier intercambio de ideas o palabras sin quedar en la incómoda situación de amigo/enemigo.
Muchos pueden pensar que esta hostilidad nació con el actual gobierno liberal, cuando en realidad este no ha hecho más que capitalizar y aprovechar al máximo un problema que como país venimos arrastrando aproximadamente desde las elecciones legislativas de 2009, donde la única lógica es que existen buenos y malos, amigos y enemigos. La explotación de esta misma lógica facilitó el acceso al poder del PRO en 2015, exaltando a la clase media y alejando a la vida política nacional cada vez más de los debates constructivos.
Con el rápido avance de los medios masivos junto con las redes sociales el aprovechamiento de este descontento ha sido simple y llanamente brutal. La sobreexposición a redes sociales, la descalificación permanente y la construcción de narrativas en base a información falsa borró rápidamente de escena al sentido común. Producto de esto, la lógica de hoy en día queda configurada sin tener en cuenta lo que es verdad o no, la misma se ha vuelto irrelevante.
La ausencia de verdad y el impulso permanente al conflicto han creado dos realidades distorsionadas que conviven en paralelo, la de los que construyen su propia razón y la de los que se muestran como víctimas. Videos, RTs, memes como fuente de verdad absoluta, streamers e influencers se han vuelto piezas de una maquinaria de distorsión sin fin. El ataque y el llanto sin reacción son la norma del día a día, el receptor no cuestiona, solo acata y se posiciona, ya sea agrediendo para defender a un gobierno que lo traicionó o jugando el papel de víctima sin juzgar a los que provocaron la situación actual. Un círculo vicioso de información maliciosa y conflictividad vacía.
Romper con la narrativa impuesta se vuelve una tarea tediosa en un ambiente dominado por la conflictividad gratuita y sin fin. No hay cuestionamientos, no existen argumentos, los intereses desaparecieron, hoy la ideología prima por sobre la razón. La norma es "si es falso no lo cuestiono porque coincide con lo que pienso", la conflictividad se ha puesto a la orden del día con el visto bueno de todo el arco político. ¿Serán ellos los encargados de desescalar? ¿Hasta qué punto permitirán que esta situación crezca? Un panorama sin dudas, desolador.